Y entonces, nos ocurre algo a nosotros. Y nos duele. E incluso nos hunde. Por momentos, al menos. Y hacemos con los demás, aparentar que todo va bien.
Pero no se puede estar toda la vida así. El teatro puede ayudar durante horas. Días, incluso. Sin embargo, en algún momento acaba aflorando nuestra preocupación, muchas veces con una carga emocional importante asociada. Ese llanto que parece estar prohibido en una sociedad en la que se han psiquiatrizado tantas conductas humanas normales.
Han pasado ya dos años desde que estudié el MIR. A estas alturas, me carcomía por dentro la incertidumbre, la tristeza de pensar que no sabía si sacaría la plaza a la que aspiraba, e incluso de que si la sacaba quizás no me gustaría. Todo ello, mezclado con muchas preocupaciones más que no conseguía sacarme de encima.
Visto retrospectivamente, creo que quizás me hubiera ido bien contar con alguien que me dirigiera un poco más personalmente la preparación del MIR. No tanto los aspectos puramente académicos, sino también los emocionales. Llámese guía, coach, amiguete o psicólogo.
Es curioso hasta qué punto nos cuesta aceptar que nos brinden una ayuda, en especial a nosotros los profesionales sanitarios, que justamente dedicaremos toda una vida al servicio a los demás.
Para aquellos que estéis apurados... ¡dejaos ayudar por la familia! ¡por los amigos! En más de una ocasión también he podido comprobar que las personas no sólo necesitamos recibir ayuda, sino también darla a los demás.
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